Tuesday, November 14, 2006

ESPINACAS EN COQUILLE



Rafael Molina Sánchez, “Lagartijo”, nació el 27 de noviembre de 1841, festividad de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en Córdoba, en el barrio de la Merced, hijo del banderillero Manuel Molina, llamado “Niño de Dios”.

Lagartijo y Frascuelo formaron la pareja más famosa del toreo de la segunda mitad del siglo XIX y su amistad profesional duró más de veinte años. El 13 de julio de 1873, festividad de San Enrique, Frascuelo brindó en la plaza de Madrid un toro a Lagartijo, que asistía a la corrida desde una barrera. Rafael Molina, Lagartijo, emocionado, se quitó su reloj de oro, lo envolvió en un pañuelo y se lo arrojó a Frascuelo entre los aplausos del público.





La tata Nieves se parecía un poco a Lagartijo. Y a lo mejor también era del barrio de la Merced. La tata Nieves no gastaba más que un reloj de pulsera pequeñito, chapado en oro, que tenía el cristal rayado y como amarillo y no se veía ni la hora ni nada. La tata Nieves, además, usaba para salir unas faldas acampanadas, muy alegres, con un can-can debajo y la cintura muy prieta con un cinturón imitación piel. Encima de la blusa, las tardes de los jueves y de los domingos, se ponía una chaquetilla corta, de color azul purísima, con unas hombreras muy tiesas que parecían alamares.

La tata Nieves, más que nada, recibía órdenes. Ponía a cocer las espinacas porque se lo habían dicho, no sabía quién había sido Lagartijo y le gustaban, sobre todo, Paco Camino y Diego Puerta.




Cuando tenía las espinacas cocidas las pasaba por un chorro de agua fría, las escurría muy bien y las picaba muy menudas. Luego hacía una bechamel y le añadía las espinacas y unas gambitas peladas, cocidas en un poco de agua con sal y una hojita de laurel. Lo mezclaba todo y lo dejaba cocer unos diez minutos más, a fuego suave. Entonces, fuera ya del fogón, le añadía dos yemas, revolvía y colocaba la pasta en unas conchas de vieira, las espolvoreaba con un poco de pan rallado y las metía en el horno a gratinar.

La tata Nieves me llevaba a los toros de pequeño porque su hermana, Angelita, estaba casada con el guarda de la plaza y vivían allí. Me llevaba medio a escondidas, sin que mis padres lo supieran. La Angelita nos dejaba sentar sobre los toriles en una sillas de anea muy bajas y como cojas, con unos cojines de una cretona de flores muy gastados, y pasábamos mucho calor y me daban, a media tarde, un bocadillo de tortilla y un vaso de vino con gaseosa.


1 comment:

manuel allue said...

Josep: celebro que t'agradi la meva recepta més aviat sentimental, tal com em dius al teu comentari "mailero". Les teves petxines de vedella i conill boscà sonen magnífiques, seràfiques potser?.

Gràcies i petons.