Thursday, January 29, 2009

FLORIDO MAYO




A estas horas, tan tardías, me doy cuenta de que, por no haber cenado todavía, me dedico a cosas aviesas, atravesadas, impropias de un espíritu que a base de años se convierte en conservador de, precisamente, lo no conservado, de lo despilfarrado.

A estas horas (¡tampoco es tan tarde!) se me van apareciendo los fantasmas disfrazados de duques (o de duquesas), de frailes huraños (y también de beatos felices, valga la redundancia), de prebostes panzudos, ahítos de caracoles en salsa brava de tomates y cayenas y granos de pimienta negra, de torvos galanes que enamoran a infelices damas de cabelleras lacias que desconocen los efectos del té de roca y de la marialuísa. Barraganas serán, seguramente. Pero no. Mis fantasmas tienen nombre y apellido y comen lo que haga falta. De noche (“por de noche”, como dicen cerca de Cambados), sopas: de ajos tiernos y de ajos secos, de tomillo por aquí y de cebolla y queso tierno y pan candeal por allá. Mis fantasmas no son peludos, ¡faltaría más!, sino parientes de los duques, las duquesas, los prebostes y las damas de rubia cabellera de verdad. Mis fantasmas ya han cenado hace rato. Y yo todavía no.

En esas voy y me acerco al montón inconexo de libros que hay (que existe, que sobrevive) encima de la cómoda. Y ha aparecido el libro de Alfonso Grosso, que no sé por qué estaba ahí. Y lo he abierto. Y me ha dado la razón: “Bebimos bajo el emparrado, junto al porche del corralito, frente al pozo rodeado de gitanillas y geranios, una botella de vino blanco acompañada de un plato de caracoles en salsa de hinojo y poleo –burgados del cementerio, galaicos escargots que huelen a osario y cuyo gusto, ácido y perverso, recuerda vagamente…” y no sigo porque la cita empieza bien pero acaba fatal.

Alfonso Grosso, del que ya se acuerda poca gente, no era Lezama Lima ni “el alto poeta Rubén” ni nada parecido. Pero tampoco escribía tan mal aunque no me haya atrevido a acabar la cita por piedad, seguramente, que, en este caso, podría ser una virtud.

En mi pueblo no se suelen comer según qué caracoles porque recuerdan, muchas veces (y a los antiguos) a las tapias del cementerio. Hay otros mayores que viven entre los juncos o en los límites de una urbanización donde, sus habitantes, no comen caracoles. Y los mejores, que no conocía Alfonso Grosso, se llaman, por aquí, “cristians”, cristianos, por una especie de fervor genealógico o vete a saber por qué. Ayer compré un buen manojo (¿los caracoles se venden en manojos?, pregunto) de esos cristianos que mañana mismo van a luchar con las cayenas en una cruzada contra el impío, mi estómago, o contra mi incredulidad. Cristiana.

Escribo, ya lo ven, por escribir. Porque todavía no he cenado y porque es lo que más me gusta del mundo. Incluso del demonio. Y hasta de la carne.

Sunday, January 18, 2009

MALDITO FRÍO


Se han complicado las cosas y, al final, he tenido que empezar a tomar antibióticos para que la cosa se calmara, para que volviera ese cierto orden que no sirve para mucho más que para intentar entender lo que está pasando a nuestro alrededor. Más o menos.

La cuestión es que desde el jueves no debo beber alcohol y desde entonces calditos calientes y todo eso. Y ya que la imaginación no siempre rima con la dipsomanía pero la memoria suele convivir bien a gusto con la abstemia (porque será “abstemia” y no “abstención”, ¿no?), y como sin querer, me he acordado de que doña Concha Piquer nos cantaba ya hace mucho que “La Parrala” bebía para olvidar. Y he buscado la letra completa porque no quedaba muy claro: “Que si no bebe no pué cantar”. Y en la siguiente estrofa nos suelta ese “Que no, que no, que sólo bebe para olvidar”.

Sabemos que a La Parrala le gusta el vino, el aguardiente y el marraschino, cosa bastante natural, pero poca cosa cuenta más doña Concha de las cuitas de La Parrala. ¿Son cuestiones de amor? ¿Su apoderado, llamémosle así, la ha dejado de lado? ¿Le han subido el alquiler?

¿Por quién bebe La Parrala?

Sunday, January 11, 2009

MARISOL, SALÓN DE BODAS Y BANQUETES


El día dos de septiembre de 1956 se celebró en el salón de bodas Marisol, junto a la estación media del Funicular de Montjuic, el banquete de celebración del enlace entre don Juan Amestoy y la gentil señorita Lolita Roig, ambos residentes en Barcelona. El menú consistió en un atrevido Combinado-aperitivo, seguido de unos abundantes Entremeses de fiambres surtidos. Como entrante, a elegir, un Arroz-paella valenciana o unos Canelones a la crema. Seguían unos Filetes de lenguado y calamares-salsa mahonesa y culminaba con un Pollo Reina del Prat-patatas doradas. Como colofón, la esplendida Copa helada “Marisol” seguida de la Tarta Nupcial, café y licores. El menú, claro está, no dice nada del adorno floral ni tan siquiera de la disposición de las mesas. Ni habla del vestido de la novia ni del tocado de la madrina ni del pantalón tipo paje de los primitos de Lolita, Marcos y Cesarín, que acabaron tirando la mesa de los licores con el consiguiente estruendo, el enfado del maître, la sonora bofetada del señor Amestoy al pobre Cesarín, que tú para que te tienes que meter, si son cosas de niños, pues entonces, a ver quién va a pagar todo esto, si es por eso, mi madre, ni tu madre ni nada, la señorita Lolita, ya señora de Amestoy, hecha un mar de lágrimas y con el vestido lleno de barro en los bajos y su prima Anita que ahora la abanicaba, que ahora lloraba y al final la señora viuda de Roig calmando los ánimos y esperándose lo peor.

Cesarín tuvo un empacho por culpa de la mayonesa y de la nata del pastel y le levantaron el castigo. Lolita de Amestoy, de soltera Roig, no volvió a comer calamares en su vida.